¿Problemas con la pareja? ¿No puedes hablar con tu madre sin enfadarte? ¿Tu jefe “te hace la vida imposible”? En ocasiones, no sabemos por qué, pero tenemos dificultades concretas con algunas personas y sin embargo con otras todo “fluye”. Si es tu caso, podemos ver cómo ayudarte a gestionar mejor tus relaciones personales.
El estilo de apego desarrollado por una persona en su infancia influye de manera significativa en la calidad de las relaciones afectivas que establecerá en la edad adulta. Los seres humanos somos seres sociales que necesitamos del contacto y de la relación con los otros para evolucionar, especialmente en las primeras fases de nuestro desarrollo.
Las investigaciones en apego adulto han mostrado que existe una alta correlación entre la seguridad del estilo de apego de una persona y la calidad del estilo de comunicación de ésta con el resto de las personas de su entorno, sus capacidades para dar cuidados en las relaciones, así como con un mejor funcionamiento emocional.
Se ha demostrado que los niños necesitan una relación cercana y continuada con un cuidador para poder desarrollarse emocionalmente. La construcción del vínculo de apego es el proceso mediante el cual la persona desarrolla y adquiere las capacidades y competencias emocionales necesarias para relacionarse sana y maduramente en las relaciones afectivas significativas.
Las capacidades emocionales que vamos a poner en juego en las relaciones interpersonales afectivas, desde la capacidad de identificar y diferenciar las emociones como la capacidad de regularlas hasta la más compleja de todas; la empatía, se desarrollan y aprenden, no nacemos con ellas. Y se adquieren precisamente en la relación interpersonal con nuestras figuras de cuidado, se adquieren en el proceso mediante el cual se construye el vínculo de apego con estas figuras de apego. Sin estas capacidades la posibilidad de establecer relaciones afectivas sanas, equilibradas y satisfactorias se verá seriamente mermada.
Las características de esta relación de apego en la infancia determinarán nuestro estilo de relación afectiva adulta.
Los patrones de cuidado emitidos por parte de las figuras de apego y los estilos de apego que generan en los niños se resumen fundamentalmente en:
Las figuras de apego experimentan una preocupación sincera por el cuidado de su bebé, y son capaces de expresar de manera perceptible por su bebé esta preocupación. Las figuras de apego no sólo sienten esta preocupación sincera, sino que además son capaces de reconocer las necesidades de su bebé con bastante precisión y las satisfacen sin ser invasivos y sin ser demasiado despreocupados. Los niños cuidados al amparo de este tipo de figuras de apego mostrarán un interés y disfrute en la exploración, experimentarán mal estar y disgusto ante las separaciones de sus figuras de apego, pero irán desarrollando capacidades para regular el malestar y encontrar consuelo de forma autónoma .Estos niños se irán convirtiendo en adultos que se sienten seguros y bien en las relaciones interpersonales, incluidas las de máxima intimidad, que podrán identificar quién y qué le hace daño para alejarse, y quién y qué le genera bienestar para acercase. Además, serán personas que se sentirán queridas y por tanto seguras para poder dedicarse a aprender, descubrir, en lugar de tener que dedicarse a buscar ser queridas para poder contar con seguridad. Los adultos con apego seguro reconocerán cuando se encuentran angustiados y acudirán a los demás en busca de consuelo y apoyo.
Las figuras de apego son rígidas e inflexibles. Muestran conductas de rechazo y /o también hostilidad ante la expresión del bebé de sus necesidades no cubiertas o ante los requerimientos del bebé, o simplemente ante las manifestaciones afectivas-emocionales propias del bebé. Muestran un fuerte abandono de las necesidades afectivas del bebé. Los niños al amparo de este tipo de figuras tendrán presente a sus figuras de apego, pero para distanciarse de ellas, han aprendido bien que en la intimidad o si expresan ante ellas sus necesidades serán rechazados y por tanto no tendrán ningún tipo de seguridad de esta manera. Han aprendido que pueden evitar este rechazo y al menos sentir cierta seguridad si no expresan sus necesidades, si incluso no se acercan a ellas, si hacen todo lo posible para no acceder a ellas. De este modo estos niños se convertirán en adultos que restringen o inhiben el deseo de reconocer sus estados emocionales, mucho más si estos son negativos, que, por tanto, inhibirán el poder reconocer su angustia, miedo o malestar y el buscar apoyo ante estos estados.
Las figuras de apego en este caso no son tanto hostiles como insensibles. Pero en otras ocasiones (cuando la figura de apego se encuentra feliz, animada, tranquila, o siente la apetencia de relacionarse con el niño) se muestra sensible, afectuosa y competente reconociendo la necesidad exacta de su bebé y satisfaciéndola de manera afectiva y cálida. Sin embargo, estos estados de la figura de apego, que oscilan entre insensible-sensible no dependen de las conductas del bebé, dependen de cuestiones relacionadas con la figura de apego, que el bebé no puede conocer y por tanto prever. Esta ambivalencia genera una fuerte angustia en los niños, lo que deriva en una profunda hipersensibilidad, así como una exagerada manifestación de las conductas de apego que están activadas casi constantemente. Estos niños se convertirán en adultos que, queriendo estar con sus personas queridas, a ratos experimentarán que éstas les molestan, pudiendo sentir una rabia muy fuerte producida por una percepción desmedida de abandono ante conductas de separación normal. Tendrán una hipersensibilidad ante las emociones negativas y expresiones intensificadas de angustia.
Este estilo se genera en ambientes familiares con padres o cuidadores que han ejercido estilos de relaciones parentales altamente patológicas como consecuencia de haber sufrido experiencias severamente traumáticas, o pérdidas múltiples no elaboradas. Estos bebés tienen experiencias desconcertantes, temibles e impredecibles, tienen vivencias de terror, de impotencia y falta absoluta de control sobre lo que pasa. El niño responderá con rechazo, hostilidad o intrusión. El adulto traduce este estilo de apego de dos maneras: controlador (agresivo, cuidador compulsivo o complaciente compulsivo) o desapegado.
Estas representaciones que suponen los modelos internos de trabajo, como ha demostrado la investigación sobre el apego, se mantienen relativamente estables en el tiempo, llegando a definir también los estilos de apego en los adultos. Encontrándose una fuerte correlación entre estos estilos de apego en la infancia y los estilos de apego adulto.
Por tanto, cuando un niño o una niña no ha tenido la posibilidad de establecer un apego primario de calidad en el curso de su primer año o en el máximo de los dos primeros años de vida, puede presentar a menudo, déficits en su desarrollo, en especial en el ámbito de sus comportamientos sociales y en el desarrollo de su aprendizaje. Estos déficits pueden alterar la capacidad de vincularse de forma empática con los demás, así como obtener buenos resultados en los procesos de aprendizaje.
La función de la psicoterapia respecto a esta cuestión tiene sentido al entender que los estilos de apego son modificables, son ser dinámicos en relación con el contexto y el surgimiento de nuevas relaciones significativas que generen experiencias interpersonales distintas. Y para ello es necesario que a través de la intervención psicológica se posibiliten nuevos estilos de apego y el aprendizaje de la competencia relacional.
La relación terapéutica está determinada por la necesidad del paciente de buscar y hallar una base segura, por lo que el profesional de la psicología debe promover un apego seguro siendo responsivo, sensible, coherente, fiable y con mentalidad psicológica.
Hay que tener presente que somos seres en constante desarrollo, en un continuo cambio que puede superar muchas de las dificultades y problemas con la ayuda de profesionales de la psicología.
Los estilos de apego inadecuados se traducen en dificultades relacionales con otras personas en distintos ámbitos como son la pareja, la familia, los amigos, el trabajo, la sociedad.
La intervención psicológica en TWC tendrá en cuenta tanto el vínculo de apego que presenta el paciente como las áreas en las que se ve afectado por sus limitaciones relacionales.
De esta manera, lo primero será trabajar el vínculo para que desarrolle una forma de relacionarse sana y adecuada. Hay que crear un vínculo seguro, que le capacite para desarrollar un apropiado autoconcepto, la capacidad de empatía y de ser asertivo, una adecuada competencia social y por ende la capacidad de relacionarse con otros de forma satisfactoria.
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